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Confiar rinde homenaje póstumo a Ramiro Tejada

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Confiar rinde homenaje póstumo a Ramiro Tejada



OTRAS

Dice Álvaro Cadavid: “Ramiro siempre fue así. Su esencia era el juego, una lúdica que lo hizo amante del disfraz que, para él, siempre fue una máscara. Su otro escenario: la calle. El espacio del ir y venir de la vida.

Un ser cariñoso, imprudente, metido, extrovertido, irreverente, amigable y generoso. Amante de las artes y la cultura.
De la tertulia y la fraternidad, alguien podía molestarse con su humor, pero él nunca se peleaba con nadie.
Desde sus inicios en el Cine Club Ukamau su espacio de vida fue así. Más adelante, con el Grupo de Teatro, de la Universidad de Medellín con Juan Manuel Freidell, se inauguró en las tablas con a, e, i, o, u. Luego con el teatro libre con José Fernando Velásquez hizo camino a los espacios de la estética de la Fanfarria y la Exfanfarria.”

“Ramiro no necesitaba ser invitado, él se sabía invitado a cualquier actividad cultural de la ciudad. No necesitabas visitarlo él te visitaba. Era una agenda cultural trashumante; estaba enterado de todo, su herramienta crítica era su sonrisa, la franqueza y la irreverencia.”

Se nos fue Ramiro el asociado amoroso (y no moroso) de Confiar, el que como imagen fantasmal aparecía en nuestras agencias y la Casa de la Cultura y la Cooperación; el del corbatín, cargaderas y sombrilla a manera de bastón, un dandi, un sibarita, un irreverente, un bufón  que era algo así como una alma lúdica  de la ciudad, con inmenso compromiso social y cultural, un ciudadano a carta cabal, un amigo, un asociado, irremplazable.

En reconocimiento a Ramiro Tejada como asociado y símbolo y expresión del arte y la cultura de la ciudad, compartimos el siguiente artículo escrito por él y publicado en el boletín noticias de Confiar en 2006.

Confiar: La caja menor de la ilusión.
por Ramiro Tejada.

Preámbulo

“Uno no se endeuda para viajar –me decía una amiga trotamundos- uno ahorra, agregaba”. Tal vez tenga razón mi amiga viajera y para estas cosas estén los ahorros, pero si los ahorros no alcanzan, el viaje se tendría que aplazar hasta tener garantizada la excursión, la que los ahorros permitan, posponer indefinidamente tus sueños. Pero si uno es de los que no se arredran ni claudican en materia de deseos debe buscar un complemento, un mecenas, un patrocinador (no abundan muchos en el medio) o un crédito, en este caso el ahorro sirve de palanca, de fuelle, y que mejor garante del préstamo que tener los ahorros confiados (no confinados) donde alguien de confianza (mutua, por supuesto).

Mí experiencia en esto de viajar (sin ser propiamente un Fernando González para emprender un “Viaje a Pie” austero), me hacen aliado del “viaje ahora y pague después” antes que del “pague ahora y viaje después”, he aquí mi relato.

Por allá, por el año 1988, apliqué para una beca en Cuba, en la escuela de cine de San Antonio de los Baños. No lo había planeado, llego así no más, sin aviso previo, como el amor. Me había presentado para un taller de tres semanas que empezaba en febrero, pero me aceptaron para uno de tres meses que empezaba a mediados de enero, no tenía tiempo de pensarlo mucho, la respuesta debía ser inmediata. Mis ahorros (la alcancía) no alcanzaban y sólo disponía de algunas cuentas por cobrar, que tampoco eran suficientes. Entonces, ¿a quién acudir? ¿a los amigos? Claro, siempre hay amigos, algunos muy generosos, desinteresados y desprendidos, verdadero sentido de la amistad. Ipso facto propusieron que me pagaban la ida, con tal de tenerme alejado de la parroquia (¡con amigos así!), otros, menos acuciosos, ofrecieron quedarse al mando de mis cosas, la oficina, una casita campestre, la ¿novia?... aliviaban mis gastos aquí en la Villa y me quitaban de paso un peso de encima, pero no contribuían a mi viaje, no hacían realidad mi ilusión.

I

Había, sin embargo, otro obstáculo, el fiador, un solidario (codeudor que llaman) ¿quién se atrevería a fiar a un farsante? Nadie me daría crédito, rápido y fácil, de pronto iba y me quedaba en exilio –exiliado supremo como lo he sido de la realidad- y no volvería a poner la cara. Era, ya lo dije, 1988, hacía sólo dos años me había graduado de abogado (y para muchos los abogados no somos de fiar), pero desde hacía doce me representaba a mí mismo como actor (aún Freidel no me había escrito el famoso monólogo “Tribulaciones de una abogado que quiso ser actor”, esto sería un año después.), así que tenía más réditos por el lado del teatro. Por aquellas calendas la administración era avara en materia de financiación de becas, pasantías y residencias artísticas en el exterior y de Colcultura, la entidad estatal, no se podía esperar respuesta satisfactoria a estas urgencias.

La beca de la Escuela de Cine incluía estadía y estudios y algunos limitados emolumentos para mi manutención en la isla.

Adivine, amable lector(a), a quién acudí… Pues a CONFIAR. Esa cooperativa nacida no hace mucho tiempo (hoy tiene 34 años) al fragor de la lucha sindical de los obreros de Sofasa, Cootrasofasa se llamaba. La conocía por que en alguna de las huelgas de la empresa me hube de presentar con el grupo de teatro del que hacía parte (de cuyo nombre no quiero acordarme), era quizá mi único nexo, a mí ni me distinguían.

En aquella época el cineclub Ukamau tenía reconocimiento y un bien ganado prestigio en el hacer cultural no sólo de Medellín sino del país (por ello la beca para estudiar cine) y con la clase obrera (camino del paraíso) se había tejido un fuerte lazo de solidaridad.

S-o-l-i-d-a-r-i-d-a-d, palabra clave a la hora feliz de fraguar amistades ciertas y perennes. Pues recurrí a la solidaridad y toqué la puerta de CONFIAR (hoy cooperativa financiera). Y saben ustedes ¿cuál fue la respuesta? ¡Sorpréndase lector (a)! Acaso me preguntaron: cuándo iba a pagar y cómo, si tenía codeudor, si era ahorrador o socio y a cuánto ascendían mis aportes sociales, no, sólo me preguntaron que ¿Cuánto necesitaba?. La caja no tenía agencia de viajes ni había desarrollado ese filón de turismo alternativo que es Recreatur, aunque organizaba excursiones y salidas vacacionales para asociados, la Fundación CONFIAR era apenas un sueño. Lo mío era, ciertamente una excepción, no conocía a nadie de la cooperativa, al Gerente de entonces (y de ahora) si mucho lo habría visto en alguna Asamblea General rindiendo balance anual o en las proyecciones del cine club, tal vez en la carpa de los obreros en huelga cuando presentamos una de las obras de teatro, pero no le trataba como conocido, él ni si quiera me distinguía. Y, sin embargo, me atreví. Con una de esas asesoras ¡tan queridas! que ha tenido siempre CONFIAR, amables y afables, llené la solicitud, allegué la documentación requerida y tan rápido como un parpadeo, en un abrir y cerrar de ojos, tenía aprobado un crédito a diez y ocho meses de plazo y a unos intereses muy manejables. CONFIAR me hizo el primer préstamo de mi vida (quinientos mil pesos, de la época) confiando sólo en mis aportes sociales porque capacidad de endeudamiento no tenía ni era empleado como para descontar de la nómina –era trabajador independiente, sin ingresos estables y fijos-, así que CONFIAR se confió al albur!!! Mis dos mujeres (mi madre y mi tía), las dos mujeres de mi vida aún vivían, ellas que fueron siempre soporte (y lumbre) avalaron mi palabra y pude viajar, pude hacer realidad mi ilusión; desde entonces para mi CONFIAR se ha convertido en La caja menor de la ilusión, pero de las ilusiones hechas realidad…                        

II

A esta altura de mi escrito ya se habrá preguntado el paciente lector, la amable lectora, de esta crónica, que en nada se parece a las atractivas aventuras del Barón de Munchaussen, el por qué refiero mi experiencia personal. No vaya a creer que es un acto de veleidad, contrario sensu me despojo de toda vanidad, asumo un acto de humildad, casi de pudor, al confesaros mis circunstancias personales y las peripecias para acceder a un crédito, que fueron en su momento felizmente superadas gracias a la confianza que CONFIAR depositó en este deudor moroso (¿amoroso?). Si me atrevo a referir mi historia personal es por que de allí surgió un profundo y arraigado sentimiento de gratitud para con mí cooperativa, una entrañable relación de recíproca confianza (las mutuales nacen justamente de la confianza mutua).

En un país donde alguna vez, en reciente época, se empezó a acendrar la eufemística “cultura del no pago”, las fidelidades que se han tejido y que han perdurado pese a circunstancias adversas (no muchas veces se ha incurrido en mora en los pagos), jamás se ha desconocido una obligación, han permitido mantener el vínculo irrestricto e incondicional de creer en el otro, de estimular su capacidad de compromiso, de impulsar su liderazgo (me refiero en general a todos y a todas, ahorradores y socios) y por anónimo que se crea uno siempre ha encontrado en CONFIAR identidad y reconocimiento

Siempre dispuesta, nuestra cooperativa, a apoyar las iniciativas personales y colectivas ha sido pródiga a la hora de financiar proyectos culturales (me permito recordar a propósito de La vida personal y colectiva, al maestro Estanislao Zuleta –lumbre para el pensamiento-, cómo fustigaba en contra del mercantilismo paisa y su utilitarismo vergonzante) en la visión de hacer la apuesta por engrandecer el espíritu de los asociados todos, su razón de ser, ha procurado de ponerlos a tono con el hacer cultural, ha cultivado en ellos un sentido claro y cierto de la solidaridad, mejorando así (codo a codo, como en poema de Mario Benedetti) la calidad de vida.

Servicios para sus asociados ha sido la insoslayable vocación de CONFIAR. Muchos tangibles como el dinero, otros intangibles, pero tan necesarios, como la defensa de la alegría, de los valores altruistas de la generosidad y de la solidaridad, manteniendo siempre el difícil equilibrio de hacer de esta causa cooperativa un hecho real, sostenible en el tiempo, esto es, perdurable y necesario para el crecimiento personal (asociados) y colectivo (la cooperativa, la sociedad toda).

III

Digo con certeza que CONFIAR es La caja menor de la ilusión no sólo por la respuesta urgente que ha brindado a mis angustias, por ello mi testimonio personal como justo reconocimiento, sino por lo que percibo a mi alrededor: Un grupo que debe su sede propia al apoyo que en su momento dio Confiar al subrogar un crédito impagable que amenazaba con la perdida de la casa, tal era la situación del Teatro Matacandelas, que con respuesta creativa supo amortizar y saldar felizmente la deuda (de gratitud) con la cooperativa. Otros, en menor, pero justa medida –a veces con ingratitud- hemos recibido el respaldo y la solidaridad para grandes y pequeñas gestas culturales, porque en CONFIAR (la Cooperativa y la Fundación) han sabido darle sentido (¿valor?) a la secreta labor de nuestros creadores, soñadores de mundos posibles para nuestros ciudadanos, colectivos de ciudad que año a año nos abrazamos en el Bazar de la Confianza, la fiesta posible para tejer más fuerte el lazo de amistad, mancomunados en un solo propósito: defender el solaz y el derecho a la alegría de todos y todas, sin distingo ni exclusión. Todos entregando la cuota parte de responsabilidad colectiva para hacer posible una vida digna, justa y equitativa.

La ilusión del Asociado de ver su capital invertido, multiplicado y dando frutos, se ve con creces en CONFIAR, no sólo el capital social (aportes) se te conserva, intacto y con pulcro manejo, sino que se te acrecienta, a los intereses corrientes que te reconocen por la inversión debes agregar otros no tan corrientes, el anónimo agradecimiento de miles de personas, pues esta legión imbatible de los más de ochenta mil Asociados y Ahorradores de CONFIAR han hecho posible, peso a peso y mano a mano, que otros que carecen de todo o que lo han perdido todo, menos su capacidad de asombro, hayan tenido la posibilidad de cierta felicidad, cierta y tangible como la risa de un niño (se viene a la memoria esa bandada de muchachos corriendo al centro del escenario en el Bazar, al sonar la música inconfundible que anuncia al mimo Carlos Álvarez, auténtico himno de la alegría de un pueblo).

Creo que para muchos seres –esos desamparados a los que se refiere Gabriel García Márquez, la estirpe de los condenados a cien años de soledad-, esa segunda y definitiva oportunidad sobre la tierra que reclamaba nuestro premio nobel, ha sido de veras posible merced a la presencia incondicional de CONFIAR, LA CAJA MENOR DE LA ILUSIÓN.

La Ceja del Tambo, abril de 2006.

 Gracias Ramiro por darnos la genuina distinción de llamar a Confiar La caja menor de la  ilusión.

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